Para vaciar una Montaña
Gabriela León
Conozco a una mujer cuyo oficio consiste en vaciar enormes montañas de barro. Verla tan afanosa en su actividad me lleva a pensar en mis propias montañas, tal vez más pequeñas con respecto a la que ella ha tomado como modelo.
Una montaña es altura, centro y acumulación.
Morada para dioses.
Una montaña parece ser un accidente del terreno.
Una herida expuesta que se levanta varios metros sobre la tierra, como los cerros que rodearon mi infancia.
Me pregunto qué pudo haber llevado a una persona a dedicar su vida a crear estrategias para despojar de su contenido a una acumulación tan grande de tierra y piedras.
Las maquetas construidas por la mujer, una vez ahuecadas, son sometidas a diversos procesos donde está implicado el fuego.
Los cerros que rodean a mi pueblo, durante la canícula, arden abrazados por el calor sofocante.
Y el volcán que se ve a lo lejos, cada cientos de años, cubre a la volcana con cenizas tibias que provienen de su interior entre temblores y exhalaciones. En sus momentos más intensos también está implicado el fuego.
Quizá, comprendiendo la naturaleza de las montañas, la mujer trabaja con temperaturas elevadas.
Vaciar una montaña es moverla sin cambiarla de lugar.
Me gustaría vaciar de ciertos momentos las montañas de mi infancia.
Me gustaría volver a coincidir con la mujer cuyo oficio consiste en vaciar enormes montañas de barro, y como dice Wang Wei, echarnos a reír.